Imágenes taoístas

Durante siglos, algunos pueblos han vivido siguiendo un principio de neutralidad, siguiendo el taoísmo. Lejos de dedicarnos a sacar provecho de ello de una manera teórica, esbozaremos sólo lo que en un clima tal se refiere a las imágenes, como si el discurso se detuviera de repente para dejar paso a una visión silenciosa. Imágenes de la indiferencia, indiferencia de la imagen. Sin embargo hablan, dejando de lado el campo privilegiado del espacio, de la sabiduría, de la sociedad, de la Vía. Las imágenes duplican a las palabras, el lenguaje recurre de la imaginación.

Para seguir el procedimiento de Lao tseu, Lie tseu y Tchoang tseu, hay que considerar que al comienzo fue el Tao o Principio, ser inconsciente, inefable, innombrable, material pero imperceptible, inmóvil, en pocas palabras un vacío indiferenciado. En virtud de la indiferenciación primitiva, la historia de las transformaciones del mundo no es sorprendente, el devenir del Principio conserva una inmutabilidad: las diferencias evocan siempre una indiferencia. Además, el Tao no tiene, para ser más exactos, ni principio ni fin; casi no se doblega a una hipotética génesis cósmica, menos aun cuando habitualmente surgen preguntas sin respuesta, sin significado, sin interés, a propósito de nociones opuestas, incluso contradictorias.

Podría parecer que ya hay poco que decir de este devenir en el que la vida y la muerte alternan sin distinguirse en el fondo, en el que se precipitan los seres sensibles o no, penetrados, por tenues que sean, por el Tao. El Principio, al tiempo que dispensa y produce formas y cosas, lo hace de modo tan natural que no pensamos en glorificarlo, en entrar en contacto con él; en el vacío indiferenciado, las diferencias se deslizan fácilmente unas sobre otras y en estos movimientos, ese despliegue, cada cual se acomoda y no debe nada a nadie. Provocar una inflexión del curso natural, reflexionar demasiado acerca de él, determinan acciones que desvían y desorientan la quietud humana.

La inocencia y el abandonarse del Tao conducen a la abundancia y a la paz; el que presume de autoridad, de ciencia, de superioridad transforma la economía de los hombres; como el mar, que es imagen del Principio, todo se despliega, se funde en una sorda potencia; la homogeneidad de la materia corresponde a esta firmeza del Tao que a distancia (abriendo una separación absoluta), y casi mágicamente, no actuando, actúa. El Tao no es un principio transcendente, define por el contrario la neutralidad inmanente a las cosas terrestres; si de ella deriva una visión naturalista, podemos adjuntarle otros puntos de vista innumerables, tanto más cuanto que no existe una última palabra o una última imagen: « el Principio, indiferente, imparcial, deja que todas las cosas sigan su curso sin influenciarlas. No reivindica ningún título. No actúa. Como no hace nada, no hay nada que no haga. Aparentemente, con nuestro modo humano de ver, los tiempos se suceden, el universo se transforma, la adversidad y la prosperidad se alternan. En realidad, esas variaciones, efectos de una norma única, no modifican el todo inamovible. Todos los contrastes encuentran su lugar en este todo, sin chocar; como en una marisma, toda clase de hierbas conviven; como, en una montaña, árboles y rocas se mezclan […] La naturaleza del Principio, la naturaleza del Ser, son incompresibles e inefables. Solo lo limitado puede comprenderse y expresarse. El principio actúa como el polo, como el eje, de la universalidad de los seres, digamos de él solamente que es el polo, que es el eje de la evolución universal, sin intentar comprender ni explicar[1]. »

La coexistencia de las diferencias, la relativa anarquía de esa repetición infinita que es la indiferencia, la proliferación de matices que intensa e insensiblemente pasan de un grado inicial a un grado último (las diferencias de naturaleza equivalen a diferencias de grado), todo ese juego cósmico nos es familiar; no obstante, insistamos en la importancia de nociones a menudo olvidadas (lo vacío, lo fluido, lo maleable): se suele tomar partido por lo sólido, lo duro, lo lleno. Ilustraciones sorprendentes nos describen el papel del no cuando la mirada sólo se pone sobre el sí; luego, por aproximaciones se va de lo positivo a lo negativo: los dos se asocian, se combinan y en cierto modo coinciden. Así, el no ser –lo que pasa desapercibido–  penetra los cuerpos más compactos y se acopla a ellos. Vemos despuntar la eficacia del silencioso no actuar. De momento, veamos cómo la nada procede del ser: « una rueda se compone de treinta radios, pero es gracias al vacío central de la pieza en la que éstos se encajan o cubo, que ésta da vueltas. Las vasijas están hechas de barro pero es su oquedad la que sirve. Los huecos que constituyen la puerta y las ventanas son lo esencial de una casa. De lo no sensible surge lo eficaz, el resultado[2]. »

El vacío ha adquirido un lugar considerable en las capas indiferentes de las cosas, es esa distancia absoluta que separa y a la vez reúne las diferencias. El vacío prefigura el agua, pertenece a aquellos elementos que se insinúan a pesar de la rigidez de las estructuras y de los significados. Si el vacío y el no ser intervienen no engendran ningún debate dialéctico; la antinomia da lugar a una interpenetración intima de nociones por lo demás opuestas. Las mejores relaciones existen entre las diferencias, que porque no son sino otras, pertenecen a la neutralidad universal.

O mejor, la armonía y el encadenamiento de los contrarios ocasionan propiedades paradójicas: La eficacia de la inactividad es real mientras que la acción solo produce ineficacia. En virtud de la correlación del ser y del no ser, los contrarios se liman y se lleva a cabo una inversión de las intenciones, de las diferencias primeras: « ser y nada, difícil y fácil, largo y corto, alto y bajo, sonido y tono, antes y después, son nociones correlativas. Siendo asi, el Sabio sirve sin actuar, enseña sin hablar. Deja que todos los seres sean sin contrarrestarlos, vivan sin acapararlos, actúen sin explotarlos. No se atribuye los efectos producidos, y como consecuencia aquellos efectos permanecen[3]. »

La cantinela taoísta del Wou-wei (no actuar) entra en acción; la intención y el significado originales de la noción se invierten y exponen sus opuestos, como si un acto del espíritu hubiera desviado inconscientemente el curso natural. El cálculo, el abusar de la razón perturban las acciones: lo que se espera, lo que tiene que cumplirse en seguida se ha olvidado y lo contrario por decirlo así lo reemplaza. El taoísta comprendió esa potencia activa y secreta de la indiferencia que invierte el sí en no, el no en sí: « el Sabio, retrocediendo avanza; descuidándose se conserva. Como no busca su ventaja, todo se toma en ventajas para él[4]. » Mas que una ley psicológica el taoísta ha descubierto lo que gobierna el corazón de las cosas (entre ellas los hombres). La neutralidad, más que una inmovilidad apática, que un descanso no merecido, a su manera es activa: multiplica las diferencias para seleccionar en ellas la indiferencia; en la pluralidad indiferenciada se dibuja una diferencia unificada; solos, los equivalentes de la neutralidad, son capaces de poder y de eficacia, sobrepasando de lejos todo lo que apunta a la eficacia misma: « ¿no es evidente que el vacío, la paz, la felicidad, la alegría, la apatía, el silencio, la visión global, la no-intervención son la raíz de cualquier bien?[5] »

Si nos apoderamos, sin apresuramos por otra parte, del no-actuar, entonces según ese procedimiento que va más allá del nihilismo para reunirse con la indiferencia, se refleja el curso espontáneo y vivo de la naturaleza; el hombre participa, como los otros elementos, de aquella gran naturaleza en la que no hay opresión. La igualdad soberana de los seres no es la de la manada sino la de la indistinción en la distinción, de la indiferencia en la especificidad (humana u otra), de la neutralidad en la alteridad diferente (aunque la originalidad vuelva a colarse sutilmente en lo ilimitado). La degradación de los colores, de los valores y de las creencias no es más que una manera de hablar; si lo quisiéramos, por la pluralidad de las interpretaciones, confundiríamos varias posiciones. Al menos, escuchemos la voz de la neutralidad, de la inacción, del paralelo hombre-objeto (a través del espejo –mientras que la objetividad, la objetivación, la reificación son unas caricaturas de la indiferencia, la visión de los reflejos como en un espejo se impone, porque engendra naturalmente una teoría de la visión, de los simulacros o de los dobles, finos y hermosos envoltorios transparentes transportando mensajes, formas y espectáculos): « haga del no-actuar su gloria, su ambición, su oficio, su ciencia. El no actuar no desgasta. Es impersonal. Devuelve lo que ha recibido del cielo, sin guardar nada para él. Es esencialmente un vacío –el superhombre no ejerce su inteligencia sino a la manera de un espejo. Sabe y conoce, sin que se siga de ello ni atracción ni repulsión sin que persista ninguna huella. Siendo así, es superior a todas las cosas, y neutro respecto a ellas[6]. »

El Tao lleva a la inacción, a una función intensa de reflejo; naturalmente eso puede conducir a la insensibilidad del indiferente, para el que todo es igual, alegría o tristeza, derrota o victoria; parece que sobre todo hay que ver ahí la riqueza de lo indeterminado y no la pobreza de un negativismo; íntimamente ligadas al vacío, la imagen del espejo, la repetición del eco nos dan apreciaciones aproximadas de la diversidad dentro de la neutralidad: « al que permanece en su nada, todos los seres se manifiestan. Es sensible a su impresión como un agua tranquila; los refleja como un espejo; los repite como un eco. Unido al Principio, por él está en armonía con todos los seres. Unido al Principio, conoce todo por las razones superiores, y no utiliza ya, como consecuencia, sus diferentes sentidos, para conocer en particular y en detalle. La verdadera razón de las cosas es invisible, inasequible, indefinible, indeterminable[7]. » La liberación de las imágenes en el espejo acompaña el libre curso inmaterial de la imaginación; y sin embargo el indiferente realiza a veces un trabajo reductor, pero ¿como? Según un procedimiento óptico que recuerda al zoom cinematográfico, o sea que una distancia (una distancia absoluta, un vacío, una diferencia) se interpone entre el objeto y la vista; esa distancia se va aumentando progresivamente con, un salto al infinito, si se da la ocasión; el sí, el no, lo superior, lo inferior, lo posible, lo imposible varían según los puntos de vista pero con ese procedimiento, esos detalles parecen (desde lo alto de la montaña) insignificantes y se desprende un indiferenciado global: la Naturaleza se distingue por el flotar de lo indeterminado, lo desenfocado de la indiferencia.

Porque no queda casi nada que decir, se oye un hilo de voz indiferente, la mirada se pasea sobre superficies de agua, infinitas y tranquilas. Después del vacío, el agua extiende su nitidez serena; el nivel del agua (el mar) es la referencia última de las medidas, el Tao no se precipita, se lo toma con tranquilidad, en ese espacio ilimitado y puro. El océano es ese receptáculo en el que afluyen las aguas; la fluidez y el descanso del elemento natural aguantan fácilmente el cuerpo del recién nacido, imagen auténtica del Tao; la visión de Lao tseu se sitúa en lo mítico; la sabiduría no es más que la inocencia de la niñez; la indeterminación, la ausencia de finalidad, hasta la oscuridad se mezcla con ese magnífico flotar sobre las aguas infinitas: « soy como incoloro e indefinido; neutro como el infante que todavía no ha experimentado su primera emoción; como sin propósito y sin meta. Lo vulgar abunda, mientras que yo soy pobre, e ignorante, de tanto purificarme. Ellos parecen llenos de luz, yo parezco oscuro. Ellos buscan y escudriñan, yo me quedo concentrado en mí. Indeterminado como la inmensidad de las aguas, floto sin cesar. Ellos están llenos, mientras que yo soy corto de luces e inculto[8]. » Esa imagen primordial no ha terminado de imprimirse en nosotros. El flotar de lo indeterminado no para de atormentamos; el niño taoísta es un Moisés que sigue descansando en el río (que no ha sido salvado, de las aguas). El taoísmo no es una evocación de la edad de oro, pero quiere a toda costa indicar lo que en nuestro mundo procede de un indiferenciado. Nietzsche vuelve a tomar la imagen del flotar sobre el agua, evocando una barca misteriosa, en el momento en que zozobramos « en una eterna inconsciencia[9] ». O mejor, para Nietzsche, una bella imagen acompaña el balanceo de la barca en la noche: « he visto una barca de oro centellear sobre las aguas nocturnas, una barca dorada que mecen, que se hundía, se desvanecía y de nuevo hacía una señal[10]. »

La persistencia de la imagen de la barca ya no tiene que sorprendemos ya que sabemos que simboliza la sabiduría inocente, la indiferencia sencilla; la barca es una mediadora entre el hombre y el agua; si acaso, un e1emento solo, neutro relaciona las tres nociones: « la gente llana, sin embargo, los hombres del pueblo  –son semejantes al río sobre el que una canoa sigue flotando[11]. » La barca no es más que una hoja inocente y muerta mecida por la ligera brisa, potencia secreta de la lámina de agua. El Sabio –rehusaría que lo llamaran asi–, ya que no diferencia apenas entre el sí y el no, puede hacer proezas sin darse cuenta. Por supuesto los taoístas nos cuentan sus hazañas como si se tratara de fábulas: la causalidad está puesta a prueba, incluso suprimida; el Sabio procede entonces enteramente de la materia que lo rodea: lo transporta el viento y el agua, atraviesa el fuego, el metal y la piedra. Los espectadores están atónitos, y cuando interrogan al sabio taoísta que habían tornado por un pobre hombre más o menos ridículo, se enteran de que éste no tenía ni por asomo noción del peligro y de hecho hasta de la acción que acometía (« habiéndole preguntado su secreto para penetrar las rocas y permanecer en el fuego, aquel hombre dijo: ¿qué es una roca? ¿Qué es el fuego[12] ? »).

El taoísta es un hombre ordinario, sin cualidades, que se une fácilmente a los elementos naturales porque su conciencia y sus pasiones no intervienen para que se imagine lo que hace, y para que se emocione con ello. No guarda secretos, si adopta tan perfectamente el mundo que lo rodea es que lo logra prácticamente sin desearlo; su abandono, su inconciencia vence los obstáculos; vive en la tranquilidad del ser sin memoria, no espera más que el olvido; entonces está como el pez en el agua, completamente a gusto, es decir, que se desenvuelve libremente; la muerte no hace mella en él, no la teme, pasa cerca del rinoceronte o del tigre; una capa de indiferencia lo recubre, se desliza sobre todas las cosas: « la inconciencia actúa como un envoltorio protector. Nada hace mella en su cuerpo, cuando el espíritu no se emociona. Ningún ser puede dañar al Sabio, envuelto en la integridad de su naturaleza, protegido por la libertad de su espíritu[13]. »

Los taoístas no se complacen en una cierta inercia, al contrario, desenmascaran los valores predicados por los sacerdotes y los sabios; ahora bien, la bondad y la equidad no les impiden pactar con los señores: el conformismo, la moral, la política, todo un estilo de vida social están puestos en tela de juicio. Los taoístas se valen de imágenes (alegorías, comparaciones), de la puesta en escena (dramatización): en el gobierno de las sociedades, el no actuar se opone a la tiranía y al bandolerismo político. Una relativa anarquía, una independencia a todos los niveles, un laissez-faire natural, tales son las premisas de una existencia social en la que el hombre puede evitar los conflictos y las guerras.

El taoísta, en un mundo de reflejos y de indiferencia, donde no hay sino una diferencia de grado entre la vigilia y el sueño, la idea y la imagen, se ocupa de vivir sin dolor ni tristeza, y en una alegría relativa. La neutralidad del mundo lo incita a la indiferencia: descubre, sin quererlo, una terapéutica de los sentimientos, de las pasiones, de las ideas y de los significados; en efecto, la ausencia de sentimientos y de significados resuelve como por milagro los conflictos afectivos e ideológicos; no entramos desde luego en una perspectiva intelectualista (rechazo de las pasiones), espiritualista (rechazo del cuerpo) o mística (purificación) pero se descubre -sin que el deseo de descubrimiento venga a perturbar el resultado- que la neutralidad traduce mejor nuestros sentimientos, nos deja afirmarnos en vez de destrozamos mutuamente, y los eleva a un segundo grado de existencia; más alla de una ausencia de pasión o de un desvanecimiento de significado, una indiferencia de la indiferencia devalúa, revaloriza y deja vivir la vida. La duplicación de la indiferencia no es ni reflexiva, ni negativa, es una simple dejadez de la neutralidad: para hacer, no hay que decir nada, a veces solamente queda escuchar la voz de la indiferencia. Un arte de vivir sin que estén inscritos eternamente los consejos de la sabiduría, de la razón o de la sociedad, tal es el Tao que se mueve sin conmoverse, que colma al individuo de atractivos vaciándolo de su olvido, que abraza la pluralidad, contemplando en ella la unidad y crea diferencias increíbles y repetidas.

Desde la política hasta la poesía pasando por la ciencia, las imágenes taoístas se nos imponen: el agua, el fuego, la tierra y el aire se mezclan; unas impresiones, unos simulacros, unos dobles nos invaden; un movimiento incesante y vertiginoso, que según las tomas está ralentizado, acelerado o inmovilizado, no para de encandilarnos. Pero si la visión de esos espectáculos no nos ha impresionado demasiado, entonces las imágenes se vuelven tenues, comienzan a parecerse, juntándose en un gris indiferenciado; a su vez la voz de la neutralidad cuenta que la óptica habitual nos ha dejado ciegos y que ahora (ciertamente como antes), que desde ahora en adelante el eterno retorno de la indiferencia nos posee y nos anima. Si Lao tseu pudo decir, entre otras cosas, que « el que no hace nada para vivir, es más sabio que el que se afana para vivir[14] », es que no se trataba tanto de seleccionar y de repetir para siempre hermosas palabras sino de hacer de tal manera que repercutan en nosotros y fuera de nosotros y que alcancen otras palabras e imágenes: la fabulosa carrera del mundo puede traducirse en un simple relato de imágenes taoístas (porque no hay nada que decir, sino múltiples discursos, múltiples soles); desde la ironía hasta la belleza, pasando por el distanciamiento, los numerosos matices de la vida se recrean.

Georges Sebbag

Références

Georges Sebbag, « Imágenes taoístas », Basa, n° 25, second semestre 2001 [parution effective en juillet 2002]. La revue a traduit en espagnol et en anglais « L’indifférent », « Indifférent comme un ready-made » et « Images taoïstes »,  trois textes de Georges Sebbag sur l’indifférence. « Images taoïstes » correspond au chapitre VI de De l’indifférence, D.E.S. de philosophie de Georges Sebbag datant de 1965, qui sera intégralement édité par Sens & Tonka au premier trimestre 2002.

Notes

[1] TCHOANG TSEU, 25 J., en Léon Wieger, Les Pères du système taoïste (en adelante PST), 1950. Existe un problema de traducción; propondremos, un poco al azar, algunas versiones francesas de un mismo texto chino. He aquí por ejemplo el final de 25 J traducido por René Brémond (La Sagesse chinoise selon le Tao, 1955): « nuestras palabras son impotentes para definir el Tao; alcanzan penosamente a describir los seres. El Tao es el summum de todos los seres. No se le puede alcanzar ni por la discusión ni por la meditación. Es inefable e inaccesible al pensamiento. »

[2] LAOT SEU, TAO TEKING, Il (PST). « Treinta rayos se reúnen en tomo a la pieza en la que éstos encajan 0 cubo. Del vacío depende el uso del carro. Modelamos barro para hacer vasijas. Es de su vacío del que depende el uso de las vasijas. Se abren puertas y ventanas para hacer una casa. Es de su vacío del que depende el uso de la casa. Es por eso que la utilidad viene del ser, el uso nace del no ser. » (trad. Stanislas Julien, 1842).

[3] LAO TSEU, 2 (PST). « Lo difícil y lo fácil se producen mutuamente. Lo largo y 10 corto se dan mutuamente su forma. Lo alto y 10 bajo muestran mutuamente su desigualdad. Los tonos y la voz se armonizan mutuamente. La anterioridad y la posteridad son consecuencia la una de la otra. De ahí viene /j que el hombre santo haga del no-actuar su ocupación. Hace que sus instrucciones consistan en el silencio. Entonces todos los seres se ponen en movimiento, y no les niega nada: Los produce y no se los apropia. Los perfecciona y no cuenta con ellos. Habiéndose cumplido sus méritos, no se aferra a ellos. No se aferra a sus méritos; es por eso que no se apartan de él. » (St. Julien)

[4] LAO TSEU, 7 (PST).

[5] TCHOANG TSEU, l3 A (PST)

[6] TCHOANG TSEU, 7 F (PST)

[7] LIE TSEU, 4 N (PST). « Las formas y las cosas se manifiestan a quien no está apegado a su propio ser. En sus movimientos, es como el agua; en su reposo, es como un espejo y en sus respuestas, es como el eco. Es por eso que el Tao es una fiel imagen de las cosas: (aunque) las cosas se oponen al Tao, el Tao no se opone a las cosas. Quien es tan bueno como el Tao no necesita orejas ni ojos. No hace uso ni de su fuerza ni de su conciencia. Por el contrario, si alguien busca el Tao por la vista y por el oído y si aspira a él con su cuerpo y su consciencia, no busca de manera conveniente. El (lo busca realmente) fijando su vista directamente hacia adelante, sin darse cuenta de que ya está detrás (él). Cuando se emplea (el Tao), llena todo el vacío; cuando se le coloca de lado, no se le encuentra más. No está suficientemente lejos para que se tenga necesidad de una investigación rigurosa para encontrarlo; pero no está lo bastante próximo para que se lo pueda descubrir por azar. Es en silencio como se le alcanza. » (Le Vrai classique du vide parfait, trad. Benedykt Grypas, 1961).

[8] LAO TSEU, 20 (PST). « Yo, estoy constantemente en reposo como el agua en calma y, como ella, sin contorno preciso. Indiferente como el recién nacido que aún no ha sonreído, como el conductor sin destino. Los hombres vulgares tienen todos algo de superfluos: yo estoy despojado como un vagabundo; mi corazón es el de un hombre simple, de tanto que me he purificado. Ellos brillan con un vivo resplandor: yo parezco oscuro. Ellos buscan y escudriñan; yo permanezco concentrado en mí mismo. Inestable como el mar agitado, yo no me fijo a ninguna parte. Ellos son instruidos: se me considera despreciable porque soy corto de luces » (R Brémond). « Yo, soy tranquilo sin un gesto o rasgo de emoción, como el niño que no ha sonreído aún; ni manifestado el menor signo de su toma de conciencia: desprovisto de todo como un sin-hogar. Alma errante y sola. Todos los hombres tienen algo de superfluo, yo, parezco pobre y abandonado. Madera seca, cenizas apagadas. Yo tengo el corazón de un hombre estúpido, simple de espíritu. ¡Cuán tosco y tonto¡ Los hombres ordinarios son claros y luminosos. Yo, parezco oscuro y apagado. Sin prisa y sin aliento. Los hombres ordinarios son curiosos y minuciosos. Yo parezco ausente y distraído cuando en realidad soy abstracto. Vago como el océano sin límite. Libre como el viento de las alturas. Y ahí donde el espíritu sopla, ahí reina la libertad. Todos los hombres son de un empleo fácil, yo parezco huraño y vil; como relegado en país bárbaro » (Jacques Lionnet, 1962). « […] yo soy ola como el mar; floto como si no supiera donde detenerme […] » (St. Julien).

[9] NIETZSCHE, Le Gai savoir, Appendice « La barque mystérieuse ».

[10] Ainsi parlait Zarathoustra, parte III, « L’autre chant de la danse », § 1.

[11] lbid., parte II, « De la victoire sur soi-même ».

[12] LIE TSEU, 2 K (PST).

[13] LIE TSEU, 2 D (PST).

[14] LAO TSEU, 75 (PST).